ARENDT

Hannah Arendt en 1944. Retrato por el fotógrafo Fred Stein

LOS ORÍGENES DEL TOTALITARISMO

Traducción de Guillermo Solana, Madrid: Taurus, Sexta edición, 1998, pp. 279-281.

CAPÍTULO XI

EL MOVIMIENTO TOTALITARIO

1. PROPAGANDA TOTALITARIA

Sólo el populacho y la élite pueden sentirse atraídos por el ímpetu mismo del totalitarismo; las masas tienen que ser ganadas por la propaganda. Bajo las condiciones del Gobierno constitucional y de la libertad de opinión, los movimientos totalitarios que luchan por el poder pueden emplear el terror sólo hasta un determinado grado y comparte con otros partidos la necesidad de conseguir seguidores y de parecer plausibles ante un público que no está todavía rigurosamente aislado de todas las demás fuentes de información. Se reconoció temprano y se ha afirmado frecuentemente que en los países totalitarios la propaganda y el terror ofrecen dos caras de la misma moneda. Esto, empero, es sólo cierto en parte. Allí donde el totalitarismo posee un control absoluto sustituye a la propaganda con el adoctrinamiento y utiliza la violencia, no tanto para asustar al pueblo (esto se hace sólo en las fases iniciales, cuando todavía existe una oposición política) como para realizar constantemente sus doctrinas ideológicas y sus mentiras prácticas. El totalitarismo no se contentará con declarar, frente a hechos que prueban lo contrario, que no existe el paro; abolirá los subsidios de paro como parte de su propaganda. Igualmente, importante es el hecho de que la negativa a reconocer el paro haga realidad —aunque en una forma más bien inesperada— la antigua doctrina socialista: el que no trabaje, que no coma. O cuando, por tomar otro ejemplo, decidió Stalin reescribir la historia de la Revolución Rusa, la propaganda de su nueva versión consistió en destruir, junto con los antiguos libros y documentos, a sus autores y lectores: la publicación en 1938 de una nueva historia oficial del Partido Comunista fue la señal de que había concluido la super purga que diezmó a toda una generación de intelectuales soviéticos. Similarmente, en los territorios ocupados del Este, los nazis emplearon al principio la propaganda antisemita para conseguir un firme control de la población. No necesitaron ni utilizaron el terror para apoyar esta propaganda. Cuando liquidaron a la mayor parte de la intelligentsia polaca no lo hicieron por la oposición de ésta, sino porque, según su doctrina, los polacos carecían de intelecto, y cuando proyectaron apoderarse de los niños de ojos azules y pelo rubio no pretendían asustar a la población, sino preservar la «sangre germánica».

Como los movimientos totalitarios existen en un mundo que en sí mismo no es totalitario, se ven forzados a recurrir a lo que comúnmente consideramos como propaganda. Pero semejante propaganda siempre se dirige a una esfera exterior, bien a los estratos no totalitarios de la población del país, o a los países extranjeros no totalitarios. Esta esfera exterior hacia la que se dirige la propaganda totalitaria puede variar considerablemente; incluso después de la conquista del poder, la propaganda totalitaria puede dirigirse a los segmentos de su propia población cuya coordinación no ha sido seguida por un suficiente adoctrinamiento. A este respecto, los discursos de Hitler a sus generales durante la guerra son verdaderos modelos de propaganda, caracterizados principalmente por las monstruosas mentiras que el Führer lanzaba a sus invitados en su afán por hacerlos suyos. La esfera exterior puede hallarse también representada por grupos de simpatizantes que no están todavía dispuestos a captar los verdaderos objetivos del movimiento; finalmente, sucedía a menudo que incluso los miembros del Partido eran considerados por el círculo interno del Führer o por los afiliados a las formaciones de élite como pertenecientes a semejante esfera exterior y que, también en este caso, todavía precisaban de la propaganda porque no podían ser dominados con seguridad. Para no sobreestimar la importancia de las mentiras de la propaganda tienen que recordarse los muy numerosos ejemplos en los que Hitler fue completamente sincero y brutalmente inequívoco en la definición de los verdaderos objetivos del movimiento, que, simplemente, no eran reconocidos por un público carente de preparación para semejante consistencia. Pero, básicamente hablando, la dominación totalitaria trata de restringir exclusivamente los métodos de la propaganda a su política exterior o a los sectores del movimiento en el exterior con el propósito de proporcionarles un material adecuado. Allí donde el adoctrinamiento totalitario en el interior llega a estar en conflicto con la línea de propaganda para el consumo en el exterior (lo que sucedió en Rusia durante la guerra, no cuando Stalin firmó su alianza con Hitler, sino cuando la guerra con Hitler le llevó al campo de las democracias) la propaganda es explicada en el interior como una «maniobra táctica temporal». Tanto como sea posible, esta distinción entre la doctrina ideológica para los iniciados en el movimiento, que ya no necesitan de la propaganda, y la pura propaganda para el mundo exterior queda ya establecida durante la existencia de los movimientos antes de la conquista del poder. La relación entre la propaganda y el adoctrinamiento depende normalmente, por una parte, de las dimensiones de los movimientos y, por otra, de la presión exterior. Cuanto más pequeño sea un movimiento, más energía gastará en la propaganda; cuanto mayor sea sobre los regímenes totalitarios la presión del mundo exterior —una presión que no puede ser enteramente ignorada, incluso tras los telones de acero—, más activamente se lanzarán a la propaganda los dictadores totalitarios. El punto esencial es que las necesidades de la propaganda están siempre dictadas por el mundo exterior y que los mismos movimientos no hacen realmente propaganda, sino que adoctrinan. A la inversa, el adoctrinamiento, emparejado inevitablemente con el terror, aumenta con la fuerza de los movimientos o el aislamiento de los Gobiernos totalitarios y su seguridad ante la intervención exterior.

La propaganda es, desde luego, parte inevitable de la «guerra psicológica», pero el terror lo es más. El terror sigue siendo utilizado por los regímenes totalitarios incluso cuando ya han sido logrados sus objetivos psicológicos: su verdadero horror estriba en que reina sobre una población completamente sometida. Allí donde es llevado a la perfección el dominio del terror, como en los campos de concentración, la propaganda desaparece por completo; quedó incluso enteramente prohibida en la Alemania nazi. La propaganda, en otras palabras, es un instrumento, y posiblemente el más importante, del totalitarismo en sus relaciones con el mundo no totalitario; el terror, al contrario, constituye la verdadera esencia de su forma de Gobierno. Su existencia depende tan poco de los factores psicológicos o de otros factores subjetivos como la existencia de las leyes depende en un país gobernado constitucionalmente del número de personas que la violan.